domingo, 31 de agosto de 2008

Yo Recuerdo


Tareas mecánicas, ejercicios repetitivos, sin sentido.
Una vida absurda, monótona.
Encerrados en cuerpo y alma.
Imposibilitados de actuar libremente.
Pasábamos nuestros días repitiendo hasta el agotamiento las mismas fórmulas vacías, los mismos gestos sin significado.
Nuestra existencia parecía agotarse en esas cuatro paredes y en la obediencia debida. Ese encierro nos chupaba, mataba todo lo que quería crecer dentro nuestro.
Por momentos una leve chispa de rebelión nos encendía los corazones, pero era pronto apagada por el cansancio. O al menos eso digo ahora. Pero, en realidad, nos limitaba el hecho de saber que nada podíamos hacer para cambiar la situación. Afortunadamente, nuestro modo de pensar no condecía con el mundo en que estábamos inmersos.

Yo recuerdo mi último día allí, recuerdo ver ese túnel que separaba los dos mundos, las dos leyes; y yo en el medio.
Di el primer paso, conservando la compostura.
Ningún gesto humano en mi rostro.
Avanzábamos: yo y el tiempo.
Se encendía, tímida, una luz pequeña al final. Hoy la recuerdo, como recuerdo a mi abuela que me esperaba al final de un pasillo con la sopa caliente: acogedora, familiar.
Recuerdo el temor a correr, al mostrarme ansioso. Quizás eso pudiese conllevar un castigo: ¿un día más de reclutamiento? Mi mente me engañaba: empezaba a pensar como ellos.
Esa luz marcaba el final del camino, nos sacaba de la oscuridad. De esa oscuridad opresora que aplastaba nuestras almas.
Al llegar a la puerta, me detuve un instante y tuve miedo: ¿y si no pudiese encajar? ¿Y si estuviese arruinado?
Di el último paso. El sol hirió mis ojos desacostumbrados, y al bajar la vista vi que mis pies ya no llevaban más las pesadas botas.

domingo, 24 de agosto de 2008

El Encuentro


Un rayo de sol la trajo a mi camino. Nos tropezamos sin esperarlo ninguna de las dos, pero al encontrarse nuestros ojos, supimos de inmediato y sin explicaciones que nos pertenecíamos. La una a la otra. Almas gemelas de especies y existencias distintas que en el fondo siempre habían sido hermanas.
Era un día pleno cuando nos elegimos.
Era el sol, el dios que había augurado nuestro encuentro.
Era la primavera la musa que nos había hecho viajar hasta allí.
Eran todos los elementos solares e impresionistas los que nos habían conducido a nuestra ineludible cita… Bionda y yo; perra y ser humano que se unieron sin querer…

Su piel de leona de la sabana la hace devota del sol, y su alma huérfana del abandono la convirtió en un ser temeroso e inseguro.
Su olfato la inquieta a moverse por la curiosidad que le produce el mundo que la rodea.
Su habilidad domesticada en un pasado desconocido hace pensar en un animal de circo que sufrió el encierro y la falta de amor.

Pulular constante, movimiento continuo: la paz y la quietud sólo se apoderan de ella cuando el sol la ilumina y ella le reza con sus poses de cisne y de serpiente enroscada.

domingo, 17 de agosto de 2008

Luego de la espera


Llegarás y tendrás mis ojos
y no serás lo que esperaba,
serás más de lo que imaginaba:
serás la culminación de mis antojos.

Se llenarán de llanto las noches
y de vigilia los días,
alegrando el alma mía,
en la que no caben ya reproches.

Te veré por primera vez en brazos ajenos
pero te reconoceré como mía
viéndome como la creadora de tus días.

Serás para siempre mi compañía,
a partir de hoy y hasta la eternidad,
serás mi hija, la criatura más querida.
(imagen: Nadia El Sawaf: http://nadiaelsawaf.blogspot.com/)

viernes, 8 de agosto de 2008

El primer maestro

Cuando niña nadie te enseñó el amor. Tus ojos ávidos y disfrazados con ese brillante maquillaje, que dibujaban en tu inocente carita una máscara veneciana, encontraron, sin buscar, a ese individuo, allí sentado y ausente.
Con tus infantiles zapatitos de charol te acercaste. Los impulsos de los niños son casi inexplicables y desvergonzados. El temor de perder de vista a tus padres no nubló tu corazón. En ese instante no podías explicar qué era lo que te pasaba por dentro. Fue un momento de trance. Una entrada al nirvana que, sin saber qué era, vos experimentaste. Los cuentos nocturnos, que anticipaban las telarañas oníricas, no te habían dicho nunca nada sobre eso que estabas atravesando. Pero, en el fondo, ya lo conocías todo. En esos múltiples momentos eras una gran sibila: tu cuerpito tierno e inexperto, se había convertido en la mayor guerrera, en la más grande sabia. Una sacerdotisa, una bailarina, una maga y hechicera...una artemisa.
Tu futuro y tu pasado, finalmente, se unieron ese día en esa plaza de feria artesanal. Tu alma, interior, fue la sede de la cita impostergable. ¿Cómo fue esa conexión?. Esa mano manchada hasta la sangre, cuyo color ya se confundía con el del óleo, fue la virgiliana guía, que sin boleto ni sortija, te llevó al mejor viaje que podrías jamás experimentar. Algo más profundo e interno, algo entrañable, te empujó a ese abismo, a ese aleph que reunía todo tu mundo, que a pesar de ser tuyo te era tan desconocido. Ahora todo era distinto, nada había cambiado, pero todo era diferente. Los ojos no cambiaron nunca de color, pero cuando inclinaste la cabeza para perseguir su mirada de liebre, toda la visión cambió. Fue un choque cósmico entre dos planetas, que generó la más increíble lluvia de meteoritos en tu ánima. Y todavía hoy siguen cayendo: estrellas fugaces que permanecen, que marcan, que guían con su estela fugaz.
Te subiste a ese caballo etéreo y seguiste a tu desconocido maestro, ignoto, extraño y familiar. Un paseo en hipogrifo alado.
Conociste varios lugares, varias islas fueron tu hogar por algún tiempo; y todavía hoy seguís en esa travesía que te conduce por los caminos más remotos y alejados.
Después de ese trance, ya conocías todo: pero de todas formas había camino para andar.




"Lascia lente le briglie del tuo ippogrifo, o Astolfo,
sirena il tuo volo dove piú ferve l´opera dell´uomo.
Peró non ingannarmi con false immagini
ma lascia che io veda la veritá
e possa poi toccare il giusto."


Banco del Mutuo Soccorso

martes, 5 de agosto de 2008

Eva y la serpiente

I
Fue creada como la fiel compañera de Adán.
Al sumirse él en un profundo sueño, ella fue concebida de su costado. De esta forma Dios creó un ser diferente e independiente de Adán, el primer poblador humano.
Eva fue creada y su función no era únicamente la de acompañar a Adán, sino también ser su sombra, su espejo evocador. Para lo cual era inminente la inserción en una existencia distinta, con una consciencia nueva.
Ni el hombre ni la mujer, ni Adán ni Eva, sabían de sus diferencias. No concebían la división, no tenían los ojos abiertos a la dualidad, a la polaridad, no conocían espacio ni tiempo: el espacio era el Paraíso y el tiempo un presente continuo. Estaban inmersos en un aquí y ahora constante.
Eran, pues, felices: con fe en la ley divina, la cual garantiza unidad por sobre todas las cosas, comunión de las polaridades todas, sin división.
No apreciaban diferencias en el entorno que los rodeaba, y reconocían en cada cosa a la unidad cósmica de Dios.
El tiempo no corría ni se detenía, simplemente no existía en el Paraíso. Así como no era pertinente concebir la existencia de otro espacio, diferente de aquél; tampoco era posible pensar un momento distinto al presente continuo en que vivían.

II
Eva encuentra en el árbol del conocimiento a una serpiente enroscada que tendiendo su lengua bífida, trataba de balbucearle unos incomprensibles verbos.
Sobre la cabeza del reptil pendía una circunferencia plana con dos agujas que giraban.
Al acercarse, la serpiente comenzó a hablarle a Eva que, en su desnudez, la escuchaba con mucha atención, y observaba detenidamente sus movimientos y los de aquel nuevo instrumento que la encantaba. Eva se cuestionaba cómo era posible la existencia de un nuevo elemento, nunca antes visto en el mundo.
La serpiente terminó por ofrecerle el objeto a la mujer como un regalo y le decía que sería acompañado por una nueva percepción.
Eva no comprendía las propuestas del animal en su totalidad, pero algo interior la empujaba a aceptar el ofrecimiento de la serpiente.
Ella le prometía la posibilidad de distinguir: el bien del mal, el ahora del pasado y el futuro, el aquí del allá. Todas nociones que fueron, hasta el momento, unidades para Eva, comenzaban a ser diferenciables en la lengua bífida de la serpiente. Finalmente, el deseo por lo desconocido comenzaba a tener más fuerza en Eva, que el anhelo por la unidad. En su blanca pureza espiritual, la oscuridad de lo prohibido y dual empezó a dominarla y a empujarla hacia la promesa de la serpiente.
La caída del ser humano en el mundo divisible y contabilizado del tiempo, tiene por fin el de hacer que el hombre reconduzca su negro cuerpo hacia el blanco anhelo de unidad. Y esta tarea debe realizarse a través del tiempo, ese saturnino reloj que todo nos marca.
Decidió aceptar. Eva y la serpiente se unieron en un amargo beso. Un beso que aún hoy perdura. Y con ese sello la criatura diabólica sembró en Eva la capacidad de discernir.
Cuando abrió sus ojos se dio cuenta de su desnudez y temió que Adán pudiera verla, por eso se cubrió con un traje negro que la serpiente le entregó; pero de todas formas, hubo partes del cuerpo que permanecieron descubiertas, exponiendo la blancura de su piel, como recuerdo de esa unidad indiscernible en que una vez vivió. Blanca unidad a la que aspira, consciente o inconscientemente, el ser humano con sus acciones.

III
Una vez que abrieron los ojos comenzaron a darse cuenta de todas las distinciones que los rodeaban y dejaron de ver en las cosas la unidad. Ahora, las comparaban y diferenciaban cada vez más. Por lo cual, casi sin darse cuenta, fueron alejándose cada vez más del edénico jardín y terminaron por caer en el mundo polar de las formas materiales. Donde el tiempo es el dios que domina y controla todo y a todos.

El primer grano de arena cayó al darse vuelta la clepsidra.
Y se estableció, así, la misión del ser humano luego de la caída:
a través del tiempo, superar el tiempo
para convertirlo en un instante único y eterno.
Por un intento inflexible hacia la unidad.